lunes, 13 de febrero de 2012

RETOS


Los retos de la globalización
Christian Comeliau
L
os intercambios internacionales existen desde hace siglos y la toma de conciencia de los límites del planeta no data de hoy. Sin embargo, la globalización constituye un reto nuevo de este fin de siglo y conviene preguntarse por qué. En la breve reflexión que propongo trataré primero de señalar qué tiene de nuevo el fenómeno; a continuación citaré algunas de sus consecuencias en las perspectivas de desarrollo en el mundo; finalmente, propondré algunas conclusiones referentes a las exigencias colectivas de formación y de reflexión que conlleva.
Las múltiples dimensiones de la globalización
Lo que tiene de nuevo el fenómeno de la globalización no es la existencia de intercambios internacionales, sino su formidable aceleración. Los economistas tratan de medir esta aceleración comparando (aunque sea aproximadamente) los índices de crecimiento de la producción mundial y los intercambios comerciales y financieros: los segundos son casi constantemente superiores a los primeros desde hace casi dos siglos --lo que indica un aumento progresivo de la interdependencia entre las economías nacionales-- pero esta diferencia se ha incrementado considerablemente después de la Segunda Guerra Mundial y en los últimos decenios. Los intercambios se realizan principalmente entre los países más industrializados y más poderosos del planeta (América del Norte, Europa Occidental, Japón), pero cada vez se van extendiendo más a nuevas regiones del mundo, especialmente a Asia del Este y a América Latina. Así pues, se puede hablar de la inserción de un número creciente de países y regiones en un sistema global basado en la intensificación de los intercambios económicos.
Esta intensificación de intercambios de mercancías, de servicios, de capitales y de tecnología es de tal magnitud que implica profundos cambios en el reparto de poderes de decisión en el seno de la economía mundial, tanto más cuanto que se produce en un contexto ideológico de liberalización, de desregulación y de privatización. Algunos actores adquieren en él una influencia preponderante, como las compañías o los bancos multinacionales, y también algunas organizaciones internacionales entre las que destacan las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) así como la Organización Mundial del Comercio. Evidentemente, esto ha transformado la función de los actores nacionales y en particular la de los Estados: en las nuevas relaciones de poder, las economías nacionales están obligadas a "ajustarse" a las nuevas exigencias de la economía mundial, sobre todo en lo referente a las especializaciones productivas, de competitividad y de equilibrios macroeconómicos.
Sin embargo, el sistema global que se intensifica así no solamente está constituido por intercambios económicos. Para apreciar sus desafíos en la justa medida, se puede considerar que el sistema global, la red de intercambios y de poderes, tiende a difundir lo que se podría llamar un modelo de desarrollo. Éste está formado por hábitos de consumo y formas de producción; por formas de vida, instituciones y criterios de éxito social; por ideologías y referencias culturales; y también por formas de organización política. Las relaciones de poder aseguran una verdadera dominación de este modelo de desarrollo sobre todos los demás: en este sentido, hay una forma homogeneizante de sociedad y de civilización que tiende a extender este sistema mundial "globalizado", aunque los grupos sociales y las sociedades respondan a él, en cada situación, con reacciones que les son propias.
Las perspectivas de desarrollo
en el contexto de la globalización
En conjunto, vemos que la globalización está dominada por motivaciones económicas, aunque su repercusión se extiende mucho más allá de la economía, y que transforma a los hombres, a los Estados, a las sociedades, a las culturas, a las civilizaciones. Así pues, ya no se puede hablar de desarrollo en una región cualquiera sin tener en cuenta los riesgos y las oportunidades que esta globalización entraña.
Pero hay que ir más lejos. Ya conocemos las ambigüedades inherentes a la noción de desarrollo y a los objetivos diversificados que comporta, pues abarca, mezclándolo todo, el aumento de posibilidades de realización individual, la satisfacción de las necesidades esenciales, la industrialización, el poder militar y político, la autonomía de las colectividades e incluso la reducción de las desigualdades sociales y la eliminación de formas de explotación inaceptables. El sistema global se ha hecho hoy tan poderoso y tan coercitivo que aporta en suma su propia respuesta a la ambigüedad de esta noción: es el modelo de desarrollo dominante que acabamos de mencionar.
Llegamos así a una afirmación ideológica, pero también tautológica: el sistema global es, se dice, necesario para el desarrollo porque el desarrollo es precisamente lo que aporta el sistema global. Es su principal promesa, pero es también en la práctica lo que resulta de su funcionamiento: el progreso tecnológico, el aumento de las cantidades de mercancías, el consumo, el beneficio, la acumulación, y también el salario, la urbanización, la reivindicación democrática e igualitaria. Por supuesto, este funcionamiento conlleva también resultados negativos: el aumento de desigualdades, la marginación, la exclusión e incluso la agravación de la miseria para cientos de millones de personas, la aglomeración, la contaminación, la destrucción irreversible de ciertos equilibrios ecológicos. Pero estos resultados negativos se consideran como si se tratara de costes inevitables. Pese al prestigio del cálculo económico, estos costes del sistema rara vez son objeto de una confrontación sistemática con sus beneficios, sin duda porque los beneficiarios y las víctimas no son exactamente las mismas personas.
Aquí reside el verdadero problema. Pues si nos negamos a admitir sin discernimiento la totalidad de las consecuencias positivas y negativas de un sistema anónimo y tentacular contra el que no parece que nadie pueda hacer nada, si queremos dar a la palabra "desarrollo" el sentido de una realización libremente escogida de los individuos y de los grupos, si se pretende promover un "desarrollo social" que no sea sólo una compensación irrisoria a los abusos de la máquina económica, sino un desarrollo de la sociedad en todos sus elementos, entonces es esencial adquirir los medios necesarios para dominar la expansión de este sistema global y de esta globalización.
Esta exigencia de dominarla comporta los elementos siguientes:
a)     Una mejor identificación de los múltiples aspectos e implicaciones concretas de la globalización a fin de estar en mejores condiciones de rechazar los dictados supuestamente inevitables de sus exigencias económicas, sobre todo las de rentabilidad y competitividad, consideradas como criterios únicos de decisión. Por el contrario, conviene reafirmar la relatividad de estos criterios, tomar en cuenta las exigencias de reglamentación política de la globalización y hacer que éstas constituyan un verdadero debate entre los ciudadanos de la sociedad mundial que se está gestando.
b)    Una investigación dentro de este marco de los componentes de un desarrollo pluralista. Pluralista al menos en dos sentidos: primero en el de rechazo de las tendencias homogeneizantes y mayor respeto de la diversidad de las culturas locales: lo que implica especialmente no hacer del libre cambio la regla absoluta y única de los intercambios internacionales y prever diversas formas de protección de los intereses de los más desfavorecidos. Pero el pluralismo significa también el reconocimiento de la diversidad de objetivos y de los componentes del desarrollo; en este sentido, no hay ninguna razón de principio que permita conceder una importancia sistemáticamente mayor a la maximalización del beneficio o del crecimiento que a la autonomía colectiva o a la reducción de las desigualdades sociales; la elección de estos diversos objetivos procede no de la razón técnica, sino de un juicio de valor y por lo tanto de una elección política. Sin embargo, este pluralismo está muy en contradicción con el pensamiento y la práctica dominantes en los medios internacionales, lo que muestra una vez más que estos últimos toman partido sistemáticamente en favor de algunos grupos de intereses.
c)     La elaboración de instrumentos conceptuales y políticos que puedan permitir la necesaria expansión del concepto de desarrollo. Ahora bien, aquí reside el verdadero peligro del "economicismo": los argumentos estrictamente económicos --y diría más: los argumentos mercantiles-- son elevados al rango de imperativos categóricos, y como tales se tienen por indiscutibles, dando por sentado que todas las demás consideraciones les están subordinadas. De ahí la moda --un poco sospechosa, aunque no se dude de la sinceridad de intenciones de los que la preconizan-- de las recomendaciones políticas del tipo "aspecto social de las políticas de ajuste" y más ampliamente del "desarrollo social". Contra esta moda, hay que afirmar enérgicamente que no habrá nunca un desarrollo social digno de este nombre si se mantiene la dicotomía actualmente admitida entre lo económico y lo social, considerando lo económico intocable hasta en sus abusos, y lo social, destinado solamente a compensar los estragos considerados inevitables. Ahora bien, nadie dispone hoy del secreto de una nueva síntesis para este enfoque. De ahí la importancia de acometer una investigación profunda sobre estas cuestiones aparentemente elementales.
d)    Existe otro aspecto que este trabajo conceptual y político tendrá que abordar resueltamente: la reinserción del proceso de desarrollo en la perspectiva que debería seguir siendo la suya, la de la larga duración. La observación del proceso actual de desarrollo en el marco de la globalización hace que tomemos conciencia del carácter dramático de esta exigencia. La producción aumenta rápidamente desde hace dos siglos y los intercambios aún más deprisa, pero nunca han consumido los hombres en un período tan corto una proporción semejante de los recursos naturales en beneficio de tan pocas personas. El ámbito de la actividad de los hombres en la tierra aumenta sin parar, pero las dimensiones del planeta siguen siendo las mismas y el desarrollo se convierte en una carrera absurda hacia la muerte si se equipara al crecimiento indefinido de las cantidades producidas.
Si existe hoy en día una enseñanza importante que sacar del encuentro entre la modernización industrializada y la tan celebrada globalización, es la imposibilidad radical de la prosecución a largo plazo de este proceso: el desarrollo en la continuación de la revolución industrial al modo occidental sencillamente no es generalizable, y ya va siendo hora de percatarse de ello. Pero los que detentan el poder en este sistema fingen ignorarlo y no piensan proponer una concepción diferente del desarrollo; se comportan como el avestruz y todos sus esfuerzos van dirigidos a esta generalización, ya se trate de estrategias de empresas multinacionales, de gobiernos obsesionados por el "pensamiento único" o a fortiori de organizaciones internacionales. La simple extrapolación de las tendencias actuales anuncia múltiples formas de bloqueo, pero estos ejercicios de extrapolación ya no tienen cabida en una sociedad que ha aprendido a no razonar más que a muy corto plazo hasta el punto de descuidar el mundo que dejará a sus hijos.
Globalización y educación: ¿nuevas perspectivas?
Deseo referirme en primer lugar al análisis general de la "cultura de la globalización" y de sus relaciones con la educación que ha propuesto recientemente Luis Ratinoff1. Sin pretender recordar aquí los principales rasgos de una interpretación especialmente rica y compleja (aunque en mi opinión no es siempre perfectamente clara), quisiera recordar dos de sus aportaciones más notables.
La primera es su insistencia en la conmoción profunda de la sociedad que caracteriza esta época y en el desorden global que se deriva de ella; lo recuerda de manera sobrecogedora afirmando en resumidas cuentas que todo puede ocurrir todavía2. De aquí las dificultades de identidad de los individuos y de los grupos y más aún las de la improbable inserción social en un contexto de inseguridad, individualismo y aumento de la pobreza. La segunda es la de la posibilidad misma de la educación (la "educabilidad") en un contexto semejante de incertidumbre y de predominio del corto plazo, mientras que "la educación es siempre un proyecto a largo plazo". Los dos argumentos se entremezclan para hacer de las relaciones entre la globalización y las perspectivas de la educación uno de los problemas más difíciles que existen.
En el plano práctico, sin embargo, han corrido ríos de tinta a propósito de los nuevos imperativos de la educación en el contexto de la globalización: hay que saber gestionar y calcular, hay que desarrollar los conocimientos de tecnología de vanguardia, hay que enseñar la "flexibilidad", hay que saber idiomas y abrirse al diálogo "intercultural", hay que..., hay que...
No soy un experto en materia de programas de educación y de formación y no intentaré alargar esta lista de imperativos. Pero me pregunto si el conjunto de esta reflexión no está mal planteado y si no sería conveniente replantearlo desde un punto de vista muy diferente. Desde luego, las exigencias prácticas que se acaban de citar no se pueden ignorar, pues son de simple sentido común. Pero cuando un vehículo no tiene frenos, el sentido común no basta para conducirlo, hay que repararlo o cambiarlo. La globalización a la que estamos asistiendo no tiene freno: no podemos conformamos con recomendar a las colectividades humanas que se "adapten" ni que acepten gestionar cualquier globalización del desarrollo como si las opciones de donde procede fueran definitivamente irrevocables.
Tampoco pretendo ignorar la complejidad de estos temas y reducir los problemas del desarrollo a una amable conversación de café. No ignoro los múltiples aspectos técnicos que condicionan cualquier forma de desarrollo ni que seguirá siendo imprescindible formar buenos ingenieros, buenos técnicos, buenos financieros, buenos especialistas en múltiples ámbitos; pero estos especialistas no pueden actuar solos. Del mismo modo, tampoco niego la necesidad de la reflexión teórica, incluyendo en ella la disciplina que parece ser la reina en materia de globalización, la economía: al contrario, soy un ferviente partidario de ella y creo que los problemas actuales de desarrollo seguirán siendo insolubles si no disponemos de un aparato conceptual y teórico diferente para aprehender estos problemas. Pero los teóricos tampoco pueden actuar solos.
En cambio, creo que, por encima de todas estas exigencias específicas (que difícilmente se pueden negar) e incluso antes que estas exigencias, hay una prioridad que no se puede demorar por más tiempo: la de una reflexión más profunda y más sistemática sobre las exigencias más primordiales de la supervivencia del equilibrio y de la realización de las sociedades humanas en el contexto de la globalización y dentro de los márgenes de maniobra de que disponen. La reflexión por la que abogo no es la meditación meramente teórica de un anacoreta sin relación con el mundo; todo lo contrario: es la obra colectiva de todos los grupos sociales diversificados, conscientes de sus aspiraciones, de sus discrepancias y de sus límites. No es tampoco la de una minoría aristocrática que gusta de la abstracción y está convencida de su superioridad intelectual: es la toma de conciencia imprescindible por parte de la colectividad humana y de sus responsables políticos, cada uno de acuerdo con sus capacidades y con la ayuda de los técnicos, de las exigencias prácticas y concretas que condicionan su futuro. Un futuro quizá mucho más próximo de lo que suponen.
Entendida de esta manera, la reflexión colectiva deseable no es solamente una tarea intelectual (tanto si se trata de filosofía como de técnica), es también una tarea política. Así pues, es necesario un aprendizaje de la reflexión política, en el sentido de tener la capacidad de una visión mundial, de una apertura a la negociación y a los arbitrajes necesarios, y por último, de una aptitud para tomar decisiones. Sabemos que el principal escollo para la emergencia de una política semejante es, precisamente, la falta de una base social para sostenerla cuando los objetivos apenas son percibidos por nadie. ¿Podríamos entonces resumir estas exigencias de educación nueva como las de la toma de conciencia colectiva de los objetos reales del desarrollo a largo plazo (muy diferentes como se ha visto de los del crecimiento), y la formación progresiva en las múltiples tareas necesarias para tratar de conseguirlos?
Tarea compleja donde las haya, que no se solucionará con una respuesta simplista. ¿Es prioritaria la educación? Por supuesto. Pero en el mismo sentido en que se dice que la globalización es inevitable: no cualquier tipo de educación.

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