Los
retos de la globalización
Christian Comeliau
L
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os intercambios internacionales existen desde
hace siglos y la toma de conciencia de los límites del planeta no data de hoy.
Sin embargo, la globalización constituye un reto nuevo de este fin de siglo y
conviene preguntarse por qué. En la breve reflexión que propongo trataré
primero de señalar qué tiene de nuevo el fenómeno; a continuación citaré
algunas de sus consecuencias en las perspectivas de desarrollo en el mundo;
finalmente, propondré algunas conclusiones referentes a las exigencias
colectivas de formación y de reflexión que conlleva.
Las múltiples
dimensiones de la globalización
Lo que tiene de nuevo el fenómeno de la
globalización no es la existencia de intercambios internacionales, sino su
formidable aceleración. Los economistas tratan de medir esta aceleración
comparando (aunque sea aproximadamente) los índices de crecimiento de la
producción mundial y los intercambios comerciales y financieros: los segundos
son casi constantemente superiores a los primeros desde hace casi dos siglos
--lo que indica un aumento progresivo de la interdependencia entre las
economías nacionales-- pero esta diferencia se ha incrementado
considerablemente después de la Segunda Guerra Mundial y en los últimos
decenios. Los intercambios se realizan principalmente entre los países más
industrializados y más poderosos del planeta (América del Norte, Europa
Occidental, Japón), pero cada vez se van extendiendo más a nuevas regiones del
mundo, especialmente a Asia del Este y a América Latina. Así pues, se puede
hablar de la inserción de un número creciente de países y regiones en un
sistema global basado en la intensificación de los intercambios económicos.
Esta intensificación de intercambios de
mercancías, de servicios, de capitales y de tecnología es de tal magnitud que
implica profundos cambios en el reparto de poderes de decisión en el seno de la
economía mundial, tanto más cuanto que se produce en un contexto ideológico de
liberalización, de desregulación y de privatización. Algunos actores adquieren
en él una influencia preponderante, como las compañías o los bancos multinacionales,
y también algunas organizaciones internacionales entre las que destacan las
instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional)
así como la Organización Mundial del Comercio. Evidentemente, esto ha
transformado la función de los actores nacionales y en particular la de los
Estados: en las nuevas relaciones de poder, las economías nacionales están
obligadas a "ajustarse" a las nuevas exigencias de la economía
mundial, sobre todo en lo referente a las especializaciones productivas, de competitividad
y de equilibrios macroeconómicos.
Sin embargo, el sistema global que se
intensifica así no solamente está constituido por intercambios económicos. Para
apreciar sus desafíos en la justa medida, se puede considerar que el sistema
global, la red de intercambios y de poderes, tiende a difundir lo que se podría
llamar un modelo de desarrollo. Éste está formado por hábitos de consumo y
formas de producción; por formas de vida, instituciones y criterios de éxito
social; por ideologías y referencias culturales; y también por formas de
organización política. Las relaciones de poder aseguran una verdadera
dominación de este modelo de desarrollo sobre todos los demás: en este sentido,
hay una forma homogeneizante de sociedad y de civilización que tiende a
extender este sistema mundial "globalizado", aunque los grupos
sociales y las sociedades respondan a él, en cada situación, con reacciones que
les son propias.
Las
perspectivas de desarrollo
en el contexto de la globalización
en el contexto de la globalización
En conjunto, vemos que la globalización está
dominada por motivaciones económicas, aunque su repercusión se extiende mucho
más allá de la economía, y que transforma a los hombres, a los Estados, a las
sociedades, a las culturas, a las civilizaciones. Así pues, ya no se puede
hablar de desarrollo en una región cualquiera sin tener en cuenta los riesgos y
las oportunidades que esta globalización entraña.
Pero hay que ir más lejos. Ya conocemos las
ambigüedades inherentes a la noción de desarrollo y a los objetivos
diversificados que comporta, pues abarca, mezclándolo todo, el aumento de
posibilidades de realización individual, la satisfacción de las necesidades
esenciales, la industrialización, el poder militar y político, la autonomía de
las colectividades e incluso la reducción de las desigualdades sociales y la
eliminación de formas de explotación inaceptables. El sistema global se ha
hecho hoy tan poderoso y tan coercitivo que aporta en suma su propia respuesta
a la ambigüedad de esta noción: es el modelo de desarrollo dominante que
acabamos de mencionar.
Llegamos así a una afirmación ideológica,
pero también tautológica: el sistema global es, se dice, necesario para el desarrollo
porque el desarrollo es precisamente lo que aporta el sistema global. Es su
principal promesa, pero es también en la práctica lo que resulta de su
funcionamiento: el progreso tecnológico, el aumento de las cantidades de
mercancías, el consumo, el beneficio, la acumulación, y también el salario, la
urbanización, la reivindicación democrática e igualitaria. Por supuesto, este
funcionamiento conlleva también resultados negativos: el aumento de
desigualdades, la marginación, la exclusión e incluso la agravación de la
miseria para cientos de millones de personas, la aglomeración, la
contaminación, la destrucción irreversible de ciertos equilibrios ecológicos.
Pero estos resultados negativos se consideran como si se tratara de costes
inevitables. Pese al prestigio del cálculo económico, estos costes del sistema
rara vez son objeto de una confrontación sistemática con sus beneficios, sin
duda porque los beneficiarios y las víctimas no son exactamente las mismas
personas.
Aquí reside el verdadero problema. Pues si
nos negamos a admitir sin discernimiento la totalidad de las consecuencias
positivas y negativas de un sistema anónimo y tentacular contra el que no
parece que nadie pueda hacer nada, si queremos dar a la palabra
"desarrollo" el sentido de una realización libremente escogida de los
individuos y de los grupos, si se pretende promover un "desarrollo
social" que no sea sólo una compensación irrisoria a los abusos de la
máquina económica, sino un desarrollo de la sociedad en todos sus elementos,
entonces es esencial adquirir los medios necesarios para dominar la expansión
de este sistema global y de esta globalización.
Esta exigencia
de dominarla comporta los elementos siguientes:
a)
Una mejor identificación de
los múltiples aspectos e implicaciones concretas de la globalización a fin de
estar en mejores condiciones de rechazar los dictados supuestamente inevitables
de sus exigencias económicas, sobre todo las de rentabilidad y competitividad,
consideradas como criterios únicos de decisión. Por el contrario, conviene
reafirmar la relatividad de estos criterios, tomar en cuenta las exigencias de
reglamentación política de la globalización y hacer que éstas constituyan un
verdadero debate entre los ciudadanos de la sociedad mundial que se está
gestando.
b)
Una investigación dentro de
este marco de los componentes de un desarrollo pluralista. Pluralista al menos
en dos sentidos: primero en el de rechazo de las tendencias homogeneizantes y
mayor respeto de la diversidad de las culturas locales: lo que implica especialmente
no hacer del libre cambio la regla absoluta y única de los intercambios
internacionales y prever diversas formas de protección de los intereses de los
más desfavorecidos. Pero el pluralismo significa también el reconocimiento de
la diversidad de objetivos y de los componentes del desarrollo; en este
sentido, no hay ninguna razón de principio que permita conceder una importancia
sistemáticamente mayor a la maximalización del beneficio o del crecimiento que
a la autonomía colectiva o a la reducción de las desigualdades sociales; la
elección de estos diversos objetivos procede no de la razón técnica, sino de un
juicio de valor y por lo tanto de una elección política. Sin embargo, este
pluralismo está muy en contradicción con el pensamiento y la práctica dominantes
en los medios internacionales, lo que muestra una vez más que estos últimos
toman partido sistemáticamente en favor de algunos grupos de intereses.
c)
La elaboración de
instrumentos conceptuales y políticos que puedan permitir la necesaria expansión
del concepto de desarrollo. Ahora bien, aquí reside el verdadero peligro del
"economicismo": los argumentos estrictamente económicos --y diría
más: los argumentos mercantiles-- son elevados al rango de imperativos
categóricos, y como tales se tienen por indiscutibles, dando por sentado que
todas las demás consideraciones les están subordinadas. De ahí la moda --un
poco sospechosa, aunque no se dude de la sinceridad de intenciones de los que
la preconizan-- de las recomendaciones políticas del tipo "aspecto social
de las políticas de ajuste" y más ampliamente del "desarrollo
social". Contra esta moda, hay que afirmar enérgicamente que no habrá
nunca un desarrollo social digno de este nombre si se mantiene la dicotomía
actualmente admitida entre lo económico y lo social, considerando lo económico
intocable hasta en sus abusos, y lo social, destinado solamente a compensar los
estragos considerados inevitables. Ahora bien, nadie dispone hoy del secreto de
una nueva síntesis para este enfoque. De ahí la importancia de acometer una
investigación profunda sobre estas cuestiones aparentemente elementales.
d)
Existe otro aspecto que este
trabajo conceptual y político tendrá que abordar resueltamente: la reinserción
del proceso de desarrollo en la perspectiva que debería seguir siendo la suya,
la de la larga duración. La observación del proceso actual de desarrollo en el
marco de la globalización hace que tomemos conciencia del carácter dramático de
esta exigencia. La producción aumenta rápidamente desde hace dos siglos y los
intercambios aún más deprisa, pero nunca han consumido los hombres en un
período tan corto una proporción semejante de los recursos naturales en
beneficio de tan pocas personas. El ámbito de la actividad de los hombres en la
tierra aumenta sin parar, pero las dimensiones del planeta siguen siendo las
mismas y el desarrollo se convierte en una carrera absurda hacia la muerte si
se equipara al crecimiento indefinido de las cantidades producidas.
Si existe hoy en
día una enseñanza importante que sacar del encuentro entre la modernización
industrializada y la tan celebrada globalización, es la imposibilidad radical
de la prosecución a largo plazo de este proceso: el desarrollo en la
continuación de la revolución industrial al modo occidental sencillamente no es
generalizable, y ya va siendo hora de percatarse de ello. Pero los que detentan
el poder en este sistema fingen ignorarlo y no piensan proponer una concepción
diferente del desarrollo; se comportan como el avestruz y todos sus esfuerzos
van dirigidos a esta generalización, ya se trate de estrategias de empresas
multinacionales, de gobiernos obsesionados por el "pensamiento único"
o a fortiori de organizaciones internacionales. La simple extrapolación de las
tendencias actuales anuncia múltiples formas de bloqueo, pero estos ejercicios
de extrapolación ya no tienen cabida en una sociedad que ha aprendido a no
razonar más que a muy corto plazo hasta el punto de descuidar el mundo que dejará
a sus hijos.
Globalización
y educación: ¿nuevas perspectivas?
Deseo referirme en primer lugar al análisis
general de la "cultura de la globalización" y de sus relaciones con
la educación que ha propuesto recientemente Luis Ratinoff1. Sin pretender
recordar aquí los principales rasgos de una interpretación especialmente rica y
compleja (aunque en mi opinión no es siempre perfectamente clara), quisiera
recordar dos de sus aportaciones más notables.
La primera es su insistencia en la conmoción
profunda de la sociedad que caracteriza esta época y en el desorden global que
se deriva de ella; lo recuerda de manera sobrecogedora afirmando en resumidas
cuentas que todo puede ocurrir todavía2. De aquí las dificultades de identidad
de los individuos y de los grupos y más aún las de la improbable inserción
social en un contexto de inseguridad, individualismo y aumento de la pobreza.
La segunda es la de la posibilidad misma de la educación (la
"educabilidad") en un contexto semejante de incertidumbre y de
predominio del corto plazo, mientras que "la educación es siempre un
proyecto a largo plazo". Los dos argumentos se entremezclan para hacer de
las relaciones entre la globalización y las perspectivas de la educación uno de
los problemas más difíciles que existen.
En el plano práctico, sin embargo, han
corrido ríos de tinta a propósito de los nuevos imperativos de la educación en
el contexto de la globalización: hay que saber gestionar y calcular, hay que
desarrollar los conocimientos de tecnología de vanguardia, hay que enseñar la
"flexibilidad", hay que saber idiomas y abrirse al diálogo
"intercultural", hay que..., hay que...
No soy un experto en materia de programas de
educación y de formación y no intentaré alargar esta lista de imperativos. Pero
me pregunto si el conjunto de esta reflexión no está mal planteado y si no
sería conveniente replantearlo desde un punto de vista muy diferente. Desde
luego, las exigencias prácticas que se acaban de citar no se pueden ignorar,
pues son de simple sentido común. Pero cuando un vehículo no tiene frenos, el
sentido común no basta para conducirlo, hay que repararlo o cambiarlo. La
globalización a la que estamos asistiendo no tiene freno: no podemos conformamos
con recomendar a las colectividades humanas que se "adapten" ni que
acepten gestionar cualquier globalización del desarrollo como si las opciones
de donde procede fueran definitivamente irrevocables.
Tampoco pretendo ignorar la complejidad de
estos temas y reducir los problemas del desarrollo a una amable conversación de
café. No ignoro los múltiples aspectos técnicos que condicionan cualquier forma
de desarrollo ni que seguirá siendo imprescindible formar buenos ingenieros,
buenos técnicos, buenos financieros, buenos especialistas en múltiples ámbitos;
pero estos especialistas no pueden actuar solos. Del mismo modo, tampoco niego
la necesidad de la reflexión teórica, incluyendo en ella la disciplina que
parece ser la reina en materia de globalización, la economía: al contrario, soy
un ferviente partidario de ella y creo que los problemas actuales de desarrollo
seguirán siendo insolubles si no disponemos de un aparato conceptual y teórico
diferente para aprehender estos problemas. Pero los teóricos tampoco pueden
actuar solos.
En cambio, creo que, por encima de todas
estas exigencias específicas (que difícilmente se pueden negar) e incluso antes
que estas exigencias, hay una prioridad que no se puede demorar por más tiempo:
la de una reflexión más profunda y más sistemática sobre las exigencias más
primordiales de la supervivencia del equilibrio y de la realización de las
sociedades humanas en el contexto de la globalización y dentro de los márgenes
de maniobra de que disponen. La reflexión por la que abogo no es la meditación
meramente teórica de un anacoreta sin relación con el mundo; todo lo contrario:
es la obra colectiva de todos los grupos sociales diversificados, conscientes
de sus aspiraciones, de sus discrepancias y de sus límites. No es tampoco la de
una minoría aristocrática que gusta de la abstracción y está convencida de su
superioridad intelectual: es la toma de conciencia imprescindible por parte de
la colectividad humana y de sus responsables políticos, cada uno de acuerdo con
sus capacidades y con la ayuda de los técnicos, de las exigencias prácticas y
concretas que condicionan su futuro. Un futuro quizá mucho más próximo de lo
que suponen.
Entendida de esta manera, la reflexión
colectiva deseable no es solamente una tarea intelectual (tanto si se trata de
filosofía como de técnica), es también una tarea política. Así pues, es
necesario un aprendizaje de la reflexión política, en el sentido de tener la
capacidad de una visión mundial, de una apertura a la negociación y a los
arbitrajes necesarios, y por último, de una aptitud para tomar decisiones.
Sabemos que el principal escollo para la emergencia de una política semejante
es, precisamente, la falta de una base social para sostenerla cuando los
objetivos apenas son percibidos por nadie. ¿Podríamos entonces resumir estas
exigencias de educación nueva como las de la toma de conciencia colectiva de
los objetos reales del desarrollo a largo plazo (muy diferentes como se ha
visto de los del crecimiento), y la formación progresiva en las múltiples
tareas necesarias para tratar de conseguirlos?
Tarea compleja donde las haya, que no se
solucionará con una respuesta simplista. ¿Es prioritaria la educación? Por
supuesto. Pero en el mismo sentido en que se dice que la globalización es
inevitable: no cualquier tipo de educación.
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